lunes, 21 de septiembre de 2015

domingo, 6 de septiembre de 2015

Regar las plantas

Hoy, después de un tiempo, volví a mi casa, a visitar a todo lo que habita en ella, padres, animales, plantas.
Un hermoso sol iluminó todo el fin de semana. Comenzaron y terminaron los días en el patio,
en el pasto, juntando limones, jugando con las mascotas, hasta la tortuga decidió despertar de
su sueño hibernal y salir.

La tierra estaba seca, y me puse a regar. Mientras lo hacía, rememoraba una parte de mi infancia.
Cada hogar encierra un mundo propio, comportamientos, lenguajes, rituales y hasta creencias.
Y en el mio había algo particular.
Una de las discusiones mas recurrentes que teníamos era: "¡Por que las plantas no tiene agua!, ¡estas todas secas!, ¡se van morir!". Siempre dudé si vivía en una casa, o en un vivero. Hasta los azulejos del baño estaban ilustrados con estos seres verdes.
El tema era que, regar, en mi casa, era todo un arte.
Las plantas eran parte de la familia. Papá nos había enseñado como tratarlas. A algunas no les gustaba recibir el agua directamente sobre su hojas, había otras a las cuales sólo les debía humedecer la tierra y otras que, casi tenía que ahogarlas para que el agua llegase bien profundo, cerca del centro del planeta, y así podíamos decir, que estaban bien hidratadas. Teníamos que cuidar sus raíces; también de las hormigas, que en especial, en las noches de calor, antes de las tormentas, atacaban las hiedras, malvones y jazmines con voracidad.
Además de eso, regar llevaba un tiempo considerable, no se podía apurar el proceso. La manguera de mi hogar medía 20 metros, literalmente, esto da una idea de la cantidad y lo extenso del patio. A la lejanía, veo que sin duda aquellos, eran momentos de meditación.
Hoy a la tarde, volví a todo eso. A las plantas, al aroma de los frutos en las manos, a la picazón del pasto en el cuerpo después de estar mucho tiempo acostado, a esas sensaciones. Tan reales.